Gracias por los ánimos, BACNACEA.
Todas las predicciones de mi cuñado Eduardo se cumplieron, y Terral estaba realmente enfermo. René no estaba muy contento pero se requería cirugía mayor para el motor, el turbo, la inyección, el embrague y varios componentes mayores del camión. Él mismo ayudó a los mecánicos a sacar el motor con una mirada y una sensación muy triste, pero luego se dio cuenta de que había sido muy afortunado en llegar hasta allí sin tener que lamentarse de haber quedado botado en algún rincón perdido en la mitad del Amazonas… y sonrió de nuevo.
Luego de algunos tropiezos llegamos a conseguir la correcta combinación de fittings y longitudes para los demás flexibles del aire comprimido. Quedaron un poco largos pero eso no sería un problema con unos soportes auxiliares adecuados.
Hice un soporte para la válvula de cuatro circuitos trasera. El viejo era un pedazo de fierro oxidado, soldado al travesaño, y ahora era un pedazo de fierro oxidado pero esmerilado, apernado al travesaño. Solo un pequeño cambio, pero para mí funciona mejor así.
Y, luego de casi diez años, volamos juntos mi padre y yo. Fuimos a las montañas donde la familia ha tenido desde hace un par de generaciones unas cuantas hectáreas de cerros y… piedras. Pisó el lugar después de varias décadas, acompañado de familiares que tampoco habían ido desde hacía varios años. El día era magnífico para volar, frío e invernal. Fue un muy buen paseo.
De vuelta a casa hubo muchas vistas espléndidas desde lo alto, pero sumergirse en el smog de Santiasco fue un duro retorno a la realidad. En el club aéreo había un viejo Unimog al que parecían querer proteger de los elementos con limitado éxito. Le deseé lo mejor, esperando que aún estuviese operativo y con buena salud, y me las emplumé de regreso a San Felipe.
Ese domingo mi espalda estaba bastante bien así que me animé a dar una vuelta en la Yamaha aprovechando el veranito de San Juan y, obviamente, terminé en los cerros al final de la huella, cubierto de tierra y sudor pero feliz.
