Una nueva semana empezó y yo no estaba seguro de si seguir trabajando en la cabina o empezar con el chasis, aunque aún no tenía todas las piezas listas para el armado del eje delantero. Decidí seguir adelante y esmerilé unos cordones algo gruesos, incluyendo unos del paso hacia atrás de la cabina, y otras soldaduras algo feas.
Había mucho que limpiar y había harto que reparar en el frente, así que saqué el perfil de soporte de los limpiaparabrisas para mejorar el acceso. El soporte necesitaba también una manito restauradora; el trabajo de nunca acabar.
Lijé un buen poco, tratando de enfocarme sólo donde era preciso, pero parecía probable que fuese necesario un abordaje algo más profundo y amplio. El espacio debajo del tablero de instrumentos, donde el ventilador de la calefacción toma el aire, estaba completamente abierto y por lo tanto lleno de tierra y también de óxido que tenían que limpiarse. Me llevó un buen poco dejarlo más o menos limpio, y decidí que inventaría algo para prevenir que el aire sucio y el polvo entraran tan directamente a la cabina.
Después de mucho rato lijando así es como lucía el frente de la cabina. La chapa donde estaba el cerrojo para la parrilla frontal se había hundido y tendría que conseguirme o fabricar un instrumento de impacto reverso para poder desabollarlo, pero lo más importante era idear un método más eficiente de remover tanto óxido como pintura porque esto de lijar ya me tenía un tanto chato.
Agarré la pistola de calor y fui a comprar un par de espátulas nuevas para probar a remover la pintura con calor. Funcionó mucho mejor, con menos esfuerzo físico, casi sin polvo, un poco más rápido, pero la temperatura ese día en calle era de 40° Celcius. Se imaginarán la temperatura dentro del taller, cerca de la pistola de calor. Terrible.
En fin, igual era preferible a lijar, y exponía las decenas de pequeños puntos de óxido escondidos debajo de la pintura aparentemente sana.
Al día siguiente lo único que hice fue sacar pintura y sudar. Cresta que hacía calor!
Aproveché de que era una mañana muy floja en el trabajo ya que casi todos estaban de vacaciones y antes del mediodía partí a Kaufmann. También era un día caluroso, y la capitale estaba casi tan desagradable como San Felipe en cuanto a temperatura.
La idea era conseguir el repuesto del agotado tambor de freno izquierdo. No había en stock, y si lo hubiese habido hubiese costado un dineral. Pero había una pequeña chance de que un tambor de origen brasileño pudiese servir así que cargué cuidadosamente la muestra atrás en el Montero y crucé los dedos.
Tan solo media hora y dos capuchinos después de mi llegada a la oficina, el vendedor salió de la bodega con un tambor de frenos con las mismas dimensiones, número de hoyos, forma… en fin…casi las mismas. Costaba solo una fracción del original así es que llevé dos, gentilmente cargados por el vendedor y un bodeguero sobre el Montero ya que mi espalda se negaba rabiosamente a mejorar del todo. Quedó hecha la advertencia de que llegaría de vuelta con ellos si es que no me servían, con lo que el vendedor estuvo muy de acuerdo. Bien.
Escapé apenas pude de la gran ciudad, evitando el tráfico de la hora punta y luego del obligado lomito de la Fuente Alemana.
De vuelta en el taller lo primero fue probar a ver si los tambores eran los adecuados y sí, sí servían. La única diferencia era que la pista para las zapatas de freno era dos centímetros más ancha respecto de la original. Nada de qué preocuparse… esperaba.