Pasamos un par de veladas memorables con Johannes y su mujer, Christine. También nos llevó a conocer la dramática belleza de los Alpes en la frontera inmediata con Austria. Paisajes fantásticos aunque algo concurridos ese fin de semana. Los paisajes del campo y de las típicas construcciones de dos y tres pisos con geranios que colgaban de los floreros y de las barandas nos hacían recordar el sure, con los debidos recaudos, claro está.
Los zapallos estaban a la venta. Si querías uno parabas el auto, lo elegías y según el tamaño del que te llevabas dejabas el dinero en la cajita ad hoc. El dueño pasaba por la tarde a recolectar la plata y a guardar los zapallos que no se hubiesen vendido. Imaginen tratar de implantar un sistema así, basado en la confianza en el prójimo, aquí en chilito.
Christine y Johannes nos fueron a dejar a una estación cercana a la frontera y tomamos el tren a Salzburgo. Bonito. Los jardines famosos eran dignos de su fama y la ciudad en general era bastante atractiva, antigua, y muy bien preservada. De la casa natal de Mozart, convenientemente convertida en museo y visita obligada, nos corrieron sin miramientos porque llegamos cinco minutos antes del cierre.