Mi amigo Stefano, compañero de beca por esos años, nos fue a buscar a la estación y nos acompañó en el tour de la ciudad. Mi mochila no cabía en el maletero así que preferí cargarla y no dejarla a la vista en el auto; no parecía un gran peso y Carmen y yo estábamos muy contentos, pero lamentaría haberlo hecho porque mi columna aún no estaba sana del todo.
Mi amigo y su mujer tenían que trabajar así es que al día siguiente nosotros fuimos en tren a Lucca, la ciudad natal de Giacomo Puccini. Es una bellísima ciudad amurallada, una de las pocas que conservan sus muros antiguos completos en torno al centro histórico.
Almorzamos en la placita donde la estatua del músico parecía pensar en grandes melodías y se nos vino encima un temporal de película. En pocos minutos el cielo se oscureció y los truenos anunciaron una lluvia que tardó poquísimo en transformar las calles en ríos, con un viento que nos volaba.
En medio de la tormenta un perrito se asomó a las puertas de un local y se me quedó mirando fijo. Lo llamé en voz baja, entre los truenos, el ruido del viento y de los torrentes de agua, y vino ladrando a encontrarnos a nuestro precario lugar donde nos habíamos guarecido del inclemente tiempo.
Luego de unos momentos de langüetazos y caricias, Pepe volvió a su lugar, y cuando el tiempo se calmó, como media hora después, nosotros lo pasamos a saludar. Fue un momento especial y curioso.
El día prosiguió con un paseo por los muros de la ciudad, convertidos en arboledas preciosas que invitaban a caminar. Aquí fue cuando, al hacer un pequeño e inocente movimiento, me empezó un dolor de espalda que rápidamente me dejó sin habla y que me acompañó todo el resto del viaje, casi arruinando el paseo.
Si pueden… vayan a conocer Lucca.
Al día siguiente, con varios kilos de anti-inflamatorios encima, Stefano, su mujer María Luisa y el terremoto llamado Elisa nos llevaron a Viareggio, un pueblito en la costa, famoso hacía algún tiempo por su arquitectura particular y hoy conocido en el mundo por sus astilleros de grandes barcos de lujo. En las marinas pueden verse miles de veleros y yates de tantos metros como miles de millones de pesos pueden costar si deciden encargarse uno.