Ya no quedan vestigios de lo que fue la tragedia del tsunami en Iloca el 2010, y ahora la playa es un buen lugar para las vacaciones y para que un par de docenas de jóvenes más-que-adultos celebren por un par de días, riendo, comiendo, bailando, fumando, tomando, tomando, tomando y reviviendo sus historias. Bien.
Lo sé, lo sé… na’ que ver con la Merkabah, no. Pero lo pasé chancho, y espero que todos tengan algo parecido como estas juntas de curso alguna vez.
A la vuelta me dediqué a explorar la cabina en busca de otros puntos que requiriesen atención en el piso; quería de una buena vez dedicarme al eje delantero. Por supuesto encontré varias costras de óxido y otros tantos hoyos que debí reparar a su vez usando la misma técnica y el mismo amor.
Cuando terminé de parchar el último hoyo di por finalizado el tema de la cabina, al menos hasta ese momento.
Entonces, el muñón de dirección derecho se transformmó en el centro de la atención, y el buje inferior la próxima pieza a remover. Sabía que daría cierta pelea.
No hubo caso. Treinta y cuatro años de inmovilidad y óxido no dejaron salir el buje con ningún extractor, sin importar cuantos metros cúbicos de sueltapernos. Agarré un perfil de acero y lo soldé al bujepara aplicar torque para soltarlo. No hubo caso. Lo golpeé firme y lo dejé con tensión con una linga. No hubo caso. Lo calenté y lo enfrié rápidamente y lo torqueé de nuevo. No hubo caso. Entre varios intentamos distintas direcciones y palancas. No hubo caso.
Con manos temblorosas acepté una taza de té que me ofreció Carmen amablemente, para que me dejara de una vez de martillar seguramente, y me encogí de hombros. Le eché otro par de litros de sueltapernos y dejé el asunto hasta ahí.