Lo siguiente era, obviamente, reparar el lado del chofer de la cabina, pero me fue difícil empezar debido a la escasez de tiempo. La técnica fue la misma pero anduvo más rápido en la medida que el pulso se afirmaba.
Desafortunadamente el esmeril angular no estuvo a la altura del esfuerzo y, luego de una lanzar una nube de chispas, murió entre mis manos.
Me negaba a aceptar su muerte así no más; era la cuarta herramienta que moría en acción. La llevé a casa y la destripé y el diagnóstico fue de agotamiento extremo de carbones, probablemente por el uso intensivo en ambiente altamente abrasivo. Me tomó un par de días dar con los carbones de repuesto adecuados y rearmé el artilugio luego de lubricar todo lo lubricable. Volvió a la vida perfectamente después. Bien.
No pude trabajar los sábados porque tenía siempre algo más que hacer, trabajo acumulado, visitas inesperadas y esperadas, emergencias, etcétera, y además decidí dejar los domingos exclusivamente para el descanso y el esparcimiento, si no, me hubiese muerto de cansancio y aburrimiento. Con ello, el trabajo en el proyecto no avanzó mucho más, por supuesto.
La pobre Merkabah permanecía sobre los caballetes, paciente y atenta a las caricias que de vez en cuando lograba prodigarle. Recuerdo que me llevó tres tardes poder terminar de parchar el piso del lado del chofer, y solo la chapa superficial; siempre había algo que me impedía proseguir.
Sin embargo, en algún momento terminé de soldar la chapa gruesa inferior y dije – Ya está!
Pero luego me dí cuenta de que aún había óxido cerca de la parte alta, y terminé con un tremendo hoyo, haciendo cortes y planes para el doble parche. Me puse quisquilloso y, obviamente, revisando la cabina meticulosamente encontré varios puntos pequeños de óxido que requerían de reparación a su vez. La historia sin fin.
Esa semana recuerdo que no fue excepción, y solo tuve tiempo para parchar un par de hoyitos. Realmente frustrante.