Cuando llegamos al jeep de vuelta de la caminata apareció un guardaparques en moto con un copiloto sin casco que, con una sonrisa en la cara, nos preguntó qué tal nos había ido, y siguió por el camino como si nada. Nos montamos en el jeep y seguimos adelante, y a poco andar nos los topamos que venían de vuelta justo cuando el camino comenzaba a bajar y se ponía cada vez más malo. Para acortar el cuento solo diré que de ahí en adelante el camino dejó de ser tal para convertirse en una huella socavada bestialmente por zanjas profundas que serpenteaban de un lado a otro, con grandes rocas que amenazaban con hacer pedazos las tripas del Montero si se llegaba a resbalar y a caer a las zanjas. Mal. Para peor, al no ir preparado con neumáticos ad hoc era imposible pensar en devolverse aún si hubiese podido darme la vuelta, ya que la pendiente y la humedad del terreno me dejarían patinando sin remedio. Solo cabía avanzar y esperar a llegar a destino sin problemas. Carmen estaba histérica y yo…bueno, fascinado y con la adrenalina a chorro, evidentemente.
Al cabo de unos cuantos cientos de metros de huella horrorosa y de lo que pensamos sería la peor parte nos relajamos un poco al ver que la mano y el jeep podían con los escollos, encomendados hasta el contre al Gran Jefe. Carmen se bajó y empezó a grabar algunos pasajes y con calma continuamos camino, el que se prolongó por largos veinte kilómetros y casi tres horas. Cada vez que pensábamos que ya había pasado lo peor aparecía ante nosotros otro centenar de metros de zanjas, de rocas o de todo combinado con una pendiente horrorosa, con un par de pasadas malas de esteros sin puente o con puente en estado calamitoso.
Al final pude entender la sonrisa de la chica que cobraba y del guardaparques; solo esperaban a ver dónde se quedaban pegados los pelotudos estos que querían llegar a Pucón por la otra cara del camino del parque. Al principio me dio lata y rabia y pensé en hacer un reclamo formal cuando vi escrito en el letrero, al inicio del camino pero por Pucón: “Camino intransitable. No continuar hacia Coñaripe”, pero al final agradecí la experiencia. El jeep se portó espectacular y afortunadamente solo golpeó el guardafango derecho trasero al caer desde una raíz y se despegó la moldura de plástico de la chapa. Los espejos rozaron algunas veces las paredes de tierra del camino pero no tocaron en ninguna parte ni chasis ni carrocería. Bien.
Los videos en algún momento los subiré a Youtube cuando tenga tiempo y ánimo de editarlos, por ahora solo un par de fotogramas. No son espectaculares ni muestran los pasajes más peludos pero ilustran mejor lo que describo e invitarán a más de uno de los calientes de este foro a subirse a sus máquinas preparadas para llegar hasta arriba. Había al menos una huella fresca de alguien que hizo el mismo recorrido poco antes de nosotros, también de bajada.
El retorno a San Felipe fue sin contratiempos y luego de cenar en Pucón y dormir en Los Angeles hicimos una escala en una ciudad intermedia para almorzar. Allí, en el estacionamiento de un centro comercial (son todos iguales) me topé con la calentura que me estaba acechando desde hacía varias semanas, apareciéndoseme hasta en la sopa, a pesar de los esfuerzos denodados de mi cuñado Eduardo por disuardirme; justo frente al Montero se colocó una Hyundai Santa Fe, full, Diesel, 4x4, blanca, cruda. Se puso allí solo para molestame, en abierto desafío y como prueba a mi integridad y a mi lealtad para con el viejo japonés. Pero le fue mal, y bastó con recordar el desempeño reciente del Montero para olvidarme para siempre de la preciosa pero engañosa coreana. No existen las coincidencias, ya saben.