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DISCUTIBLE
Todos los años, los reclamos son los mismos. Y eso que Chile, ha contado con autoridades que sí se han preocupado de la vida y condiciones de vivirla de sus conciudadanos. Baste recordar, por ejemplo, aquellas señeras prohibiciones de elevar volantines o cometas en espacios públicos, debido a que podían causar la caída de alguna teja, la cual eventualmente, podría herir a algún ciudadano. También se prohibió, en su debido tiempo, el juego del trompo. Hoy por hoy, las preocupaciones son otras, las ocupaciones también y por ende, las entretenciones y diversiones. Pero la preocupación de las autoridades debieran seguir siendo las mismas. Y si todos los años los reclamos son los mismos, los vicios y los desaciertos, también. Los calderinos lo han vivido. Estacionan en cualquier parte. Se encaraman a cuanta vereda existe, circulan contra el tránsito, ensordecen con los estampidos de los escapes libres a pesar que hay una ley que obliga el uso de silenciadores en los vehículos motorizados. Si se los encuentra en la carretera, tenga cuidado, cédales el paso y si vienen en sentido contrario de noche, es mejor detenerse porque no bajarán la luz ni apagarán los focos auxiliares. Son los raidistas. Sí, claro. No son todos. Pero también está claro que aún no se encuentra el lado deportivo al llamado Raid, siendo hasta ahora una mera lucha de una máquina contra un desierto inofensivo. ¿Alguien puede creer que 500 vehículos y una cuestionable conducta humana no dañarán las dunas, la flora y fauna ya escasa de los terrenos por los que atraviesan? La verdad de todo este espectáculo la saben los calderinos, ya que ellos lo viven cada año. Y para qué estamos con cosas: ellos, los calderinos y todos en general, sabemos exactamente de qué se trata esta fiesta. Por eso, junto con lamentar la muerte de dos jóvenes que tuvieron la mala fortuna de encontrarse con un raidista en la madrugada de un mal día, el tema de esta actividad y su real utilidad y aporte a Caldera y a la Región en general, debería ser motivo de estudio. Debiera ser motivo de una conversación y también, ahora que todo se discute, debiera ser motivo al menos, de una discusión. Sin duda alguna, nadie habrá pretendido causar daño a nadie y menos, por supuesto, los organizadores de la actividad. Sin embargo, cuando estas cosas lamentables ocurren, nos damos cuenta que no todo está bajo control, cuestión esencial para considerar cualquier actividad humana como exitosa. Tres muertes en el ámbito de una actividad esencialmente recreativa, amerita a lo menos, una nueva y mejor discusión, a la luz de los problemas y reclamos de los ciudadanos que, esta vez, esperan ser escuchados. También discutible el que en nuestro país, la voz de las personas -o de la gente dirá algún político-, encuentre eco sólo con la muerte de por medio. .
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