Antes de retirarme a almorzar, pasada ya la tarde, rearmé la tienda y todo quedó listo para continuar con el viaje desde la cola hacia la trompa con la granalla. Fue un día de esos en que contemplas lo realizado y parece que hubieses avanzado montones después de estar detenido por eternidades. La felicidad de Karen y René contagiaban también el ambiente.
Al siguiente lunes, ya de vacaciones, me fui temprano al taller con Carmen y directo a la caja, y empecé a deparramar granalla a alta presión sobre el acero. Éste, palmo a palmo, agradecido, volvía a relucir en su opaco brillo de limpieza nueva. El proceso era siempre muy lento, sin embargo, como ya había mencionado, sobre todo a la hora de recoger la granalla.
La cosa avanzaba, poco a poco, pasando y repasando los incontables escondrijos y rendijas del chasis y la caja transfer, por varios días sin parar mañana y tarde, hasta que llegaron Jago Pickering, Lucie su mujer y sus niños. Habíamos acordado que Eduardo, mi cuñado, le hiciera la mantención y algunas reparaciones al Tatra antes de que Jago partiera a Perú para seguir el Dakar llevando turistas. El camión era imponente y el buggie colgando de la cola le daba una apariencia extraña y exótica la que que ninguno de los que por su lado pasaban podía ignorar.
Eduardo, con manual en checo en mano, revisó todo y organizó cómo habían de ser los trabajos. La mecánica 6x6, con el eje árbol central y las suspensiones neumáticas independientes eran espectacularmente simples y efectivas como solución, pero requerían de cuidados especiales.
Después de almorzar con la familia inglesa viajera en nuestro lugar favorito, seguí con el granallado, cagado de calor pero contento y a mil, entusiasmado por los camiones que parecían estar llegando sin querer a mi puerta. Esa noche y las sucesivas los Pickering durmieron frente a la casa, y cenaron con nosotros y no paramos de conversar hasta las tantas de la mañana.
El Tatra entró a servicio al día siguiente y, mientras se cambiaban sus fluidos y sus filtros y se apretaba un par de tuercas, el camión y la Merkabah parecían extrañamente distantes a pesar de la cercanía de sus cabinas. Después entendí qué pasaba: ella no habla checo y él no habla alemán, por supuesto.
Salimos a dar una vuelta a mostrarle los alrededores a los Pickering e hicimos un poco de camino y subimos a los cerros que rodean San Felipe y fuimos al campo a visitar los duraznales de Carmen y Eduardo y a mostrar a Jago donde quedaría el camión que nos había pedido guardar por un par de días. Lucie y los niños partirían a Londres mientras durara el Dakar y Jago los acompañaría en Navidad donde un pariente en Brasil.