Le di una vuelta a la Merkabah, detenida allí hacía tanto tiempo, cubierta de una melcocha de grasa, mugre y removedor de grasa en la zona del chasis donde se aloja la caja de cambios/transferencia, y me bajó de nuevo la indiada. Necesitaba limpiarla para poder avanzar con la preparación para la pintura que estaba más o menos avanzada en la cola. Además, comprobé con horror que la pintura de calor con la que había pintado la campana del embrague del motor no había resistido la humedad y el fierro fundido se había oxidado. Feo, feo.
Agarré un balde con agua e hice un intento de remover la mugre a mano con un escobillón, controlando el derrame de agua para que no se aposara donde estaba el resto de los fierros al lado del muro. No hubo caso, el método era demasiado ineficiente. Agarré la hidrolavadora y con un chorro lo más controlado posible, parando a cada rato para “achicar” el espacio de trabajo, lavé todo el chasis y la caja, yéndome un poco hacia el espacio del motor, el que requeriría, sin embargo, de especial atención para la limpieza y el desengrase.
Quedó la cagada, como era de esperarse, pero no se mojó nada fundamental ni nada que no hubiese recibido agua en los últimos treinta años así es que, luego de sacar el exceso de agua, el chasis y la caja mostraron su cara más limpia desde hacía igual cantidad de años.
Se acuerdan lo sucio que estaba el camión cuando llegó de Talca? Pues bien, tampoco resultó una agrado ver revelado el verdadero estado de la pintura y de los fierros. Tendría que arenar o granallar los escondrijos y recovecos de la caja y del chasis ya que no era posible pintar nada en esas condiciones, y no podía hacerle el quite al trabajo.
Ya tenía los contactos para conseguir la granalla de acero de 0,7 milímetros así es que solo tenía que encargarla y esperar que la vieja pistola arenadora de mi padre y el compresor chino se la pudieran para hacerla volar y limpiar todo.
