Y de vuelta en San Felipe con mi cargamento precioso de gravilla y tierra, luego de una Coca Cola super fría que pasé a tomar a la Copec vecina, pasé a comprar otra manga de plástico para cerrar la cámara de arenado ya que no pude encontrar por ningún lado las bolsas donde había cuidadosa y amorosamente guardado las mangas usadas en el arenado de los yugos traseros. Hmm…
El resto de la tarde me lo pasé acomodando el plástico al toldo chino, tarea por demás latosa, y se me vino encima la hora de ir a casa, a la ducha.
Pasó un par de días antes de que pudiera enfundarme en el traje plástico/papel y ponerme a arenar el chasis. Cuando lo hice me fui al chancho y estuve casi tres horas tirando piedras y polvo y sacándole óxido y pintura añeja al soporte del tándem de la Merkabah. La arenadora funcionó bastante bien pero el compresor no paró de trabajar ni un segundo en todo el tiempo que estuve manos a la obra. Cada cierto tiempo la pistola se trancaba porque el agua de la condensación del compresor aparecía por la manguera y formaba un barrito mierdoso que obstruía la pasada de aire y gravilla.
El progreso era lento, muy lento (verdad, Nigel?) pero el resultado fue bastante adecuado, para ser solo una prueba y solo la primera pasada. Las esquinas y recovecos alcanzados por la pistolita quedaban bastante bien, pero una buena cantidad de lugares iba a quedarse con su dosis de mugre y óxido. Habría que planear una estrategia de pintura y antióxido para ellos. En las superficies accesibles me contenté con remover la pintura y dejar el imprimante naranja al descubierto. Dado la dificultad del proceso solo arenaría del todo los lugares más oxidados y donde no llegarían gratas ni cepillos. Aproveché de limpiar los remaches ya que son los que más gastan y fracturan los filamentos metálicos de las gratas, una ayudita que nunca está de más, sobre todo porque la Makita pesa mucho y mientras menos haya que usarla mejor.
La cantidad de gravilla proyectada no era menor, sin embargo, y no paré hasta que el recipiente estuvo vacío y toda estaba en los recovecos del chasis o en el suelo. Al barrerla y juntarla de nuevo la cosa estaba dividida entre gravilla y polvo; tuve que arnear de nuevo para eliminar el polvo para poder reciclarla. Qué lata.
El domingo siguiente le dediqué también algunas horas al arenado y avancé otro poco. La pistola tendía a obstruirse con más facilidad y en una de esas me descuidé y me levanté para destaparla en modo algo violento y azoté la cabeza medio a medio contra el travesaño del chasis. Oigan, se ven estrellitas de verdad. Dura la cosa; aún me duele cuando lo recuerdo.
La cosa iba avanzando, sin embargo, así como avanzaba la capa de polvo que escapaba por debajo del plástico y lentamente empezaba a cubrir todo lo que había en el taller. Ops.