Re: Merkabah: de tolva a motorhome
Cuando fui al taller de nuevo y vi las llantas, apiladas y listas para entrega, me alegré pensando en que esa platita volvería al presupuesto de la Merkabah. Iluso yo. Pero no me alegré al ver el desastre en que se había convertido el espacio en el que había estado trabajando en el taller, y no me había percatado de ello hasta ese momento. Saqué los fierros al sol para echarles una rociada con la hidrolavadora ya que estaban demasiado sucios para enfrentar la preparación para pintura. Cresta que pesan los fierritos! Pero la cosa en realidad no daba para más y decidí que ordenaría un poco antes de volver a trabajar y terminé de limpiar luego de más de una hora de acarrear piezas usadas desechadas, viejos papeles y trapos, pedacitos de fierro y soldadura antiguos y de barrer varios kilos de mugre. Una vez estuvo decente y limpio de nuevo entré el radiador y las tres barras de torsión, pesados y calientes ahora que el sol los había freído un buen rato.
El motor quedó cubierto con la mitad del polvo que salió volando al barrer, pero aún así el espíritu original Mercedes se mantenía erguido y orgulloso.
Bueno, y pasó otro fin de semana y de vuelta al trabajo, pero a media mañana del lunes empezó una serie de llamadas con voces urgidas y, para hacer el cuento corto, falló el asunto de las llantas y al final no se las llevaron porque eran demasiado anchas para el uso que les iban a dar. La vida es muy dura, ya saben.
Devolví la plata que me habían transferido por adelantado y me olvidé de nuevo del asunto. Ni siquiera se me pasó por la cabeza hacer otra cosa y reflexioné sobre el hombrecito que me las vendió y que no me quiso devolver la plata aún si nunca llegué a moverlas de su bodega. Supongo que esa es una de las tantas cosas que nos hace distintos unos de otros; en fin.
De lo que no podía olvidarme eso sí era de ir a dejar de nuevo las llantas al corral ya que en el taller eran un verdadero engorro.
Pocas piezas iban quedando sueltas del motor, así que el turno finalmente le llegó a la tubería del aire comprimido, la que va puesta encima de todo y que curiosamente describe un largo trayecto por sobre todo el largo del motor para luego llegar al circuito de frenos y de acumulación por atrás y por la izquierda. El tubo había sufrido en algún momento alguna fractura o daño y lo habían reparado generosamente con soldadura. Luego de limpiarlo y cepillarlo el bronce del que estaba hecho brillaba espléndido y lo pensé un par de veces antes de pintarlo, pero igual lo pinté.
Acto seguido desarmé el radiador y le saqué la tobera para poder terminar de limpiar ambas piezas y luego pintarlas, pero a pesar de haberlo lavado con agua a presión encontré que aún estaba sucio y lo sopleteé hasta que no salió más polvo de entre las rejillas. Luego, cuando lo entré para dejarlo guardado, encontré que las laminillas se veían feas ya que estaban disparejas, ya saben, marcadas como si les hubiesen pasado los dedos encima dejando huellas de laminillas dobladas. Ah, no! Mi enequesis me impedía dejarlas así y entonces me puse a enderezarlas con un destornillador hasta que la presentación me resultó satisfactoria, harto rato después.
Si, lo sé… pero como dije hace poco, esto no tiene cura.
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